martes, 27 de abril de 2010


MANDALAS NATURALES
Autora: CELINA MONES CAZON



“Hace muchísimo tiempo, existía algo desprovisto de nombre y de forma desconocida que ocultaba el cielo y la tierra. Al verlo los dioses, lo agarraron comprimiéndolo contra el suelo, con la cara hacia abajo. Una vez arrojado al suelo los dioses lo retuvieron pegado a este. Brama hizo que los dioses lo ocuparan y lo llamo vastu purusha mandala” (texto hindu)


La palabra mandala proviene del sanscrito y significa círculo sagrado o mágico. En todas las culturas humanas encontramos el mandala bajo muchas variantes: como planas de un templo o lugar sacro, en la danza sagrada y en la representación de los misterios, como círculo mágico pintado en la arena para conjurar, como imagen meditativa muy diferenciada o también en la arquitectura eclesiástica y en la pintura miniaturista.
Tres principios ordenadores disponen la estructura de un mandala: el punto central, la irradiación desde el centro y la delimitación externa del círculo. El punto central es el misterioso núcleo espiritual energético, el ámbito en que nace toda existencia en espacio y tiempo. La emanación, la irradiación procedente del centro tiende hacia fuera hasta el contorno limítrofe, la circunferencia, enlazando lo interno con lo externo y fluctúa, por ultimo, desde la periferia volviendo al núcleo mas intimo. Todo mandala esta pues concentrado en el núcleo, del que todo movimiento parte y al que todo conduce. El centro aparece como principio y fin de todos los caminos posibles. Un antiguo proverbio reza así: “Si quieres comprender el punto, explora el circulo.”

Más allá de su definición como palabra, desde el punto de vista espiritual es un centro energético de equilibrio y purificación que ayuda a transformar el entorno y la mente.
También se le define como un sistema ideográfico contenedor de un espacio sagrado.
Los mandalas son utilizados desde tiempos remotos. Tienen su origen en la India y se propagaron en las culturas orientales, en las indígenas de América y en los aborígenes de Australia.
En la cultura occidental, fue Carl G. Jung, quien los utilizó en terapias con el objetivo de alcanzar la búsqueda de individualidad en los seres humanos.
Jung solía interpretar sus sueños dibujando un mandala diariamente, en esta actividad descubrió la relación que éstos tenían con su centro y a partir de allí elaboró una teoría sobre la estructura de la psique humana.

Según Carl Jung, los mandalas representan la totalidad de la mente, abarcando tanto el consciente como el inconsciente. Afirmó que el arquetipo de estos dibujos se encuentra firmemente anclado en el subconsciente colectivo.

Los mandalas también son definidos como un diagrama cosmológico que puede ser utilizado para la meditación.
Consiste en una serie de formas geométricas concéntricas organizadas en diversos niveles visuales. Las formas básicas más utilizadas son: círculos, triángulos, cuadrados y rectángulos.
Estas figuras pueden ser creadas en forma bidimensional o tridimensional.
Por ejemplo, en la India hay un gran número de templos realizados en forma de mandalas.
Los diseños son muy variados, pero mantienen características similares: un centro y puntos cardinales contenido en círculos y dispuestos con cierta simetría.

Por todas partes vemos estructuras de mandalas. El ingenio humano ha creado formas de mandala para su ámbito cotidiano; pensemos en la rueda, el torno del alfarero o la esfera del reloj. La mayor riqueza en mandalas la origina, sin embargo, la naturaleza misma. En ningún lugar nos impresiona tanto la belleza del mandala como en el encanto de las flores y capullos, en el corte transversal de frutos, ramas troncos y raíces del mundo vegetal reconocemos con claridad la estructura de mandala, así como en la construcción de los nidos de los pájaros y en la tela de la araña. En el microcosmos los encontramos en los seres vivos unicelulares o en células de organismos vegetales y animales, así como en algunas fascinantes estructuras cristalinas y moleculares. En el ámbito sub-microscópico o no accesible a la percepción óptica pero si registrable en modelos matemáticos ciertos, sabemos hoy de la figura del mandala en incluso los mas pequeños elementos constitutitos de la materia, los átomos, estructurados como un sistema solar. El macrocosmos, nuestra tierra, así como el sol con los siete planetas que giran a su alrededor, representan un mándala. El sol a su vez se une con muchos otros sistemas solares en un mandala en forma de espiral: la Via Lactea. Muchas galaxias que se mantienen vinculadas por un potente campo energético, parecen, según el conocimiento actual, vibrar juntas en un mandala cósmico infinitamente grande. Todo el universo, por ultima, con sus espacios intergalácticos, esta partiendo de sus miríadas de brillantes soles, surcado y pulsado por campos de energía electromagnética que se expanden fluctuando en forma de mandalas y enlazan invisiblemente todos los campos celestiales, haciéndolos quizás incluso comunicarse misteriosamente unos con otros.

Esta grandeza del universo que sobrepasa infinitamente nuestra capacidad de comprensión y los procesos energéticos que en el se desarrollan, hacen suponer que detrás de todas las imágenes fenoménicas externas, se hallan relaciones mas profundas y espirituales. No comprenderemos la vida humana en su totalidad si no dirigimos nuestra conciencia hacia los ámbitos trascendentales de la existencia.

En el ámbito cultural cristiano occidental encontramos el mandala como expresión de experiencias espirituales o representaciones del mundo, como la imagen de la totalidad, por ejemplo en la pintura religiosa y la arquitectura eclesiástica. Los mandalas más impresionantes irradian en los rosetones de las catedrales góticas. El centro esta dedicado a los más elevados principios espirituales personificados de la religión cristiana: Dios Padre, Espíritu Santo, Cristo y María-Sofía. En los cuatro puntos cardinales de la cruz cósmica aparecen a menudo los cuatro evangelistas o sus símbolos. La impresión profundamente mística que producen en el observador las maravillosas vidrieras góticas señala, también aquí, factores de la existencia más Allá de formas fenoménicas externas, más allá del mundo visible habitual.

En representaciones artísticas agnósticas y alquimistas encontramos igualmente mandalas en los cuales se simbolizan relaciones espirituales. Como ultimo de estos pocos ejemplos, mencionamos la idea de un mandala arquetípico humano en la filosofía de Platón, como el de un ser humano esférico completamente redondo, que aúna en si lo masculino y lo femenino, simbolizando una imagen arquetípica andrógina.

El laberinto como mandala
Aunque se desconoce su origen o la cultura que descubrió este símbolo, según la mitología griega el laberinto era un palacio construido por Dedalo en Creta y estaba habitado por una criatura fantástica mitad hombre, mitad toro, el minotauro.
El laberinto es uno de los símbolos más antiguos, encontrándose ya desde la prehistoria en todas las civilizaciones. En tallas rupestres, en mosaicos y/o construido en los jardines de los palacios, aparece en cuentos, mitos y leyendas.
Aunque su forma puede variar, en esencia el laberinto parte de una cruz y se extiende en círculos que acaban formando un camino entrelazado. La misión simbólica del laberinto es proteger el centro, es decir, el acceso iniciático a lo sagrado o inmortal. El laberinto originalmente señalaba el camino hacia las entrañas de la tierra o hacia el interior de uno mismo.


En conclusión, los mandalas son la consecuencia última del intento del hombre por imitar a la naturaleza en sus patrones de orden, mediante la armonía, el equilibrio y la unificación; dando forma a la realidad, la cual puede ser comprendida desde el centro de la misma, es decir, desde el “Bingu” o del interior de quien la percibe.

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