domingo, 19 de julio de 2009

Màs sobre mandalas....


Un cuento tibetano nos relata la historia de un león sediento que se aproxima a un lago para beber.

Ni bien asoma su cabeza sobre el agua ve su figura reflejada y cree que es otro león que lo amenaza.

Vuelve varias veces al lago devorado por la sed y casi sin fuerzas se encamina hacia la otra orilla.

Sin embargo, la figura del león desafiante sigue apareciendo sobre la superficie; entonces, furioso lanza un fuerte rugido para tratar de ahuyentar a su enemigo, pero se da cuenta que el otro hace lo mismo.

Al borde de sus fuerzas y sin poder contener más su sed toma la decisión de arrojarse al lago, hundiéndose sin remedio en el fondo atrapado por el agua.

Este breve relato nos muestra que la mayoría de las decisiones del hombre son automáticas, simples reacciones reflejas que ha aprendido; decisiones circunstanciales que aplica cuando lo acosan las apariencias, llevándose por la influencia de su ego y sin tener en cuenta su verdadero si mismo.

Las decisiones que tienen como centro de referencia al Ser requieren de un aprendizaje porque están fuera de las reglas convencionales y responden a una profunda comprensión del sentido real de la existencia.

El león es como cada uno de nosotros que también miramos sin ver, y oímos sin escuchar, y que víctima de nuestras construcciones mentales somos devorados por lo esencial que permanece escondido detrás de tantas máscaras falsas que creemos verdaderas.

En Occidente el pensamiento es una forma más de manipular la naturaleza con afán de dominio, mientras en Oriente el ego tiene que desaparecer para lograr la iluminación y adquirir sabiduría; mientras el Universo es un todo en el cual el hombre es parte.

Tanto Freud como Jung se han servido del pensamiento oriental para vislumbrar alguna claridad en los procesos de la psique.

Freud concibió el Nirvana como una instancia psíquica de fusión con la totalidad, sin deseo, sin pensamiento, sin tiempo.

Jung descubre el símbolo fundamental de las tradiciones espirituales orientales, los mandalas que se enlazan con los dos grandes elementos de la psicología junguiana, el principio de sincronicidad y el principio de individuación.

Jung utilizó los mandalas para investigar las estructuras arquetípicas de la psique humana.

Según este autor, la conducta humana se organiza sobre la base de dos estructuras fundamentales de la conciencia: la individual y la colectiva; siendo la primera aprendida y la segunda transmitida de generación en generación.

Los mandalas son producciones espontáneas de la mente humana, es el inconsciente espiritual común de la humanidad.

Estar centrado nos remite a la función simbólica del mandala. Este símbolo se fundamenta en la capacidad ordenadora del círculo, que a partir de un punto central se organiza estructurando la multiplicidad de los elementos que parecen irreconciliables.

Estos mandalas representan la contradicción entre el Ser y el Ego y por medio de ellos la persona logra la visión de sí mismo que le permite integrar la escisión de su personalidad.

El movimiento circular desde el punto de vista simbólico, es considerado perfecto, porque todo en el universo es circular y a partir de lo uno indiviso e indiferenciado y mediante el movimiento circular, ese uno se divide en los sucesivos pares de opuestos.

Quien aún no haya despertado y vive aún en la ignorancia, no podrá darse cuenta de la relación recíproca de los opuestos. La conciencia debe desligarse de todo aquello que la somete a la dualidad aparente para poder percibir lo esencial.

Esta operación permite que la conciencia se vacíe y a la vez se colme de contenidos, transitando del movimiento hacia el no movimiento, del hacer al no hacer.

De esta manera la ley de la vida rige a la conciencia y ya no le impone la conciencia su ley a la vida.

El hombre regresa a la fuente de donde proviene y en ese estado de naturaleza se identifica con todas las cosas.

Esta participación mística describe la sincronía ser-naturaleza que el hombre ha perdido.

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